El hombre sale de su casa rumbo al tren. Su esposa lo mira desde la ventana con su recién nacido en mano. El hombre camina como lo hace todos los días, pensando que tiene el resto de su vida por delante. El sol le calienta la frente, y la doña que le hace la empanada tiene un gesto de desagrado en la cara. Espérate, eso no tendría sentido, ya que la esposa debió haberle preparado un desayunito. No..., es mejor que sigamos hacia delante cuando el hombre se sube en el tope de una valla publicitaria y grita, me voy a tirar coñaso, me voy a tirar. Es entonces cuando todos los peatones de repente se detienen y miran hacia arriba, incluyendo al que escribe esta historia, que quedó paralizado aunque no junto a los peatones, ya que el solo escribía las palabras y se lo imaginaba todo, aunque ellos si se quedaron tan pero tan paralizados que el hombre les preguntó oh, y que pasó, pero no se pongan así, no sabía que ustedes también querían tirarse. Pero el que escribe esto se da cuenta que ha escrito un cuento demasiado trágico, y que ni el mismo volvería a leerlo jamás, ni siquiera si un día le dieran el Nobel y catalogarían esta historia como su obra maestra.
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