Estás desesperado buscando tu propia voz.
Escribes todos los días en busca de esa oración que será totalmente original,
ese verso que andará por el mundo con tu firma debajo,
ese cuento que se inmolará en el cerebro de todo el que lo lea,
o esa novela que anexará su mundo a la conciencia colectiva,
donde tú serás el protagonista,
el héroe que llegó a cambiarlo todo, ...
a enraizar las cosas que yacían desarraigadas,
a sembrar tu humilde conuco en los solares baldíos de la cultura universal.
Pero no la encuentras.
Yace oculta debajo de la costra de otras voces,
de ese murmullo incesante que sella los orificios que te conectan
al útero donde se cuecen todas las ideas que valen la pena concebir.
Estas boto y necesitas afilarte.
Salir a las calles y vivir un poco más,
hacer algo que nunca has hecho,
como tomar tu casa de campaña y pasar una noche en el Mirador Norte,
o lanzarte desde una voladora en la 27 mientras el cobrador te grita barbaraaaaaaaaaaaaso.
Decides llevarte de mi consejo y terminas con las rodillas y los codos pelados,
tratando vanamente de encontrar tu propia voz,
pero sigues sonando a todos los autores que llenan tus estantes de libros,
como si por más que intentaras no lograras quitarte esa máscara
que te ha convertido en un doble de tu propio clavo,
donde ni Borges ni Cortázar ni Onetti ni Paz logran hacer nada por ti .
Pero un día, dejas de soñar con tantas idioteces,
y en una reacción que ni tú mismo anticipaste,
haces una enorme fogata con todos tus libros,
y maldices a todos esos fucking escritores que te hacen sentir tan pequeño,
y los mandas al carajo una y otra vez hasta que desaparecen de tu mundo de la misma manera en la que entraron:
por ese libro, por esas páginas, por ese capítulo que al leerlo te entraron
unas ganas de llorar tan pero tan incontrolables,
que no pudiste parar de sollozar por toda una semana,
hasta que tu madre te haló por una oreja y te dijo
“oye muchacho, ponte a trabajar que los escritores son todos pobres
a excepción de Paulo Coelho y Carlos Cuauhtemoc,
y créeme mijo, tú no quieres ser como ellos”.
Y por unos cuantos días que se vuelven semanas
que se vuelven años que se vuelven décadas dejas de escribir,
y un día te levantas con casi medio siglo
y te acuerdas de tus sueños de infancia y juventud,
tomas un lápiz y un papel,
y escribes el título de un poemilla que nunca logras terminar,
más que nada porque te aburren tus propias palabras,
y prefieres leer otra cosa a tener que ver tu imagen vacía reflejada en un papel.
Escribes todos los días en busca de esa oración que será totalmente original,
ese verso que andará por el mundo con tu firma debajo,
ese cuento que se inmolará en el cerebro de todo el que lo lea,
o esa novela que anexará su mundo a la conciencia colectiva,
donde tú serás el protagonista,
el héroe que llegó a cambiarlo todo, ...
a enraizar las cosas que yacían desarraigadas,
a sembrar tu humilde conuco en los solares baldíos de la cultura universal.
Pero no la encuentras.
Yace oculta debajo de la costra de otras voces,
de ese murmullo incesante que sella los orificios que te conectan
al útero donde se cuecen todas las ideas que valen la pena concebir.
Estas boto y necesitas afilarte.
Salir a las calles y vivir un poco más,
hacer algo que nunca has hecho,
como tomar tu casa de campaña y pasar una noche en el Mirador Norte,
o lanzarte desde una voladora en la 27 mientras el cobrador te grita barbaraaaaaaaaaaaaso.
Decides llevarte de mi consejo y terminas con las rodillas y los codos pelados,
tratando vanamente de encontrar tu propia voz,
pero sigues sonando a todos los autores que llenan tus estantes de libros,
como si por más que intentaras no lograras quitarte esa máscara
que te ha convertido en un doble de tu propio clavo,
donde ni Borges ni Cortázar ni Onetti ni Paz logran hacer nada por ti .
Pero un día, dejas de soñar con tantas idioteces,
y en una reacción que ni tú mismo anticipaste,
haces una enorme fogata con todos tus libros,
y maldices a todos esos fucking escritores que te hacen sentir tan pequeño,
y los mandas al carajo una y otra vez hasta que desaparecen de tu mundo de la misma manera en la que entraron:
por ese libro, por esas páginas, por ese capítulo que al leerlo te entraron
unas ganas de llorar tan pero tan incontrolables,
que no pudiste parar de sollozar por toda una semana,
hasta que tu madre te haló por una oreja y te dijo
“oye muchacho, ponte a trabajar que los escritores son todos pobres
a excepción de Paulo Coelho y Carlos Cuauhtemoc,
y créeme mijo, tú no quieres ser como ellos”.
Y por unos cuantos días que se vuelven semanas
que se vuelven años que se vuelven décadas dejas de escribir,
y un día te levantas con casi medio siglo
y te acuerdas de tus sueños de infancia y juventud,
tomas un lápiz y un papel,
y escribes el título de un poemilla que nunca logras terminar,
más que nada porque te aburren tus propias palabras,
y prefieres leer otra cosa a tener que ver tu imagen vacía reflejada en un papel.
No comments:
Post a Comment