Esto de ser poeta es agobiante.
Todo el que conozco me recibe recitando poesías de mi autoría,
dejándome saber que se saben los versos mejor que yo.
La ciudad se ha vuelto mi poema personal,
mis versos saliendo a relucir en todas las vallas publicitarias, ...
en todas las paredes y en todos los negocios,
en el nombre de los tragos que se sirven en los bares,
y hasta en las pancartas que usan los rebeldes para quejarse de todo.
Ha llegado al extremo en que los periodistas
se inventan las noticias solo para
colar mis versos en los titulares de lo que escriben,
asi que ya nadie sabe que es real o que es mentira,
solo que “las llaves del tiempo no pudieron salvarnos”,
y que “cuatro hombres y un silencio se desplazan hacia la ciudad”.
A veces trato de pasar desapercibido,
pero mis lectores andan siempre con el radar encendido
y me vocean a todo pulmón:
"¡ahí va el poeta!",
y me rodean hasta quitarme el aire,
y termino envuelto en una multitud
teniendo que recitar una poesía
para anestesiarlos a todos,
haciendo con ellos una mezcolanza de carne y palabras
donde por un momento se pierden
y me dejan colarme entre ellos
mientras balbucean el triste poema
que los ha dejando atónitos.
Esto de ser poeta es agobiante.
Recientemente al Papa le dio un ataque de senilidad
y en pleno discurso se puso a recitar una de mis poesías:
“¿Qué derecho tienes tú de violentar un cuerpo?”
justo cuando se encontraba hablando de la crucifixión,
dejando a una turba de cristianos confundidos
que ahora me culpan por su extraño delirio.
En esos días recibí un correo del director nacional de salud mental
pidiéndome que por favor dejara de escribir.
Más abajo me explicaba que desde que me hice poeta
la cantidad de locos que llegan a los hospitales
se ha disparado a niveles nunca antes vistos,
y que era mi deber frenar esta legión de hombres
que habían hecho de mi poesía todo un lenguaje.
“Solo quieren hablar con tus versos dibujados en la lengua”,
explicaba el director, y fue ahí cuando me di cuenta
que él también estaba loco.
La “Asociación Nacional de Hombres Esposados”
también me ha dado la queja.
“Nuestras mujeres solo se excitan
con tus versos poeta, y eso no lo podemos tolerar”,
decía el comunicado en tono amenazante.
“Por eso queremos que ya no escribas más”.
¡¿Pero es que se han vuelto locos estos junkies de mis versos?!
Por ellos he dejado la ciudad
y a todos lo que la habitan,
y me he ido al monte
a vivir de la tierra y de mi pluma bendita,
aunque de vez en cuando muy alto en los cielos,
sigo viendo aviones arrastrando pancartas con mis versos en ellos.
Todo el que conozco me recibe recitando poesías de mi autoría,
dejándome saber que se saben los versos mejor que yo.
La ciudad se ha vuelto mi poema personal,
mis versos saliendo a relucir en todas las vallas publicitarias, ...
en todas las paredes y en todos los negocios,
en el nombre de los tragos que se sirven en los bares,
y hasta en las pancartas que usan los rebeldes para quejarse de todo.
Ha llegado al extremo en que los periodistas
se inventan las noticias solo para
colar mis versos en los titulares de lo que escriben,
asi que ya nadie sabe que es real o que es mentira,
solo que “las llaves del tiempo no pudieron salvarnos”,
y que “cuatro hombres y un silencio se desplazan hacia la ciudad”.
A veces trato de pasar desapercibido,
pero mis lectores andan siempre con el radar encendido
y me vocean a todo pulmón:
"¡ahí va el poeta!",
y me rodean hasta quitarme el aire,
y termino envuelto en una multitud
teniendo que recitar una poesía
para anestesiarlos a todos,
haciendo con ellos una mezcolanza de carne y palabras
donde por un momento se pierden
y me dejan colarme entre ellos
mientras balbucean el triste poema
que los ha dejando atónitos.
Esto de ser poeta es agobiante.
Recientemente al Papa le dio un ataque de senilidad
y en pleno discurso se puso a recitar una de mis poesías:
“¿Qué derecho tienes tú de violentar un cuerpo?”
justo cuando se encontraba hablando de la crucifixión,
dejando a una turba de cristianos confundidos
que ahora me culpan por su extraño delirio.
En esos días recibí un correo del director nacional de salud mental
pidiéndome que por favor dejara de escribir.
Más abajo me explicaba que desde que me hice poeta
la cantidad de locos que llegan a los hospitales
se ha disparado a niveles nunca antes vistos,
y que era mi deber frenar esta legión de hombres
que habían hecho de mi poesía todo un lenguaje.
“Solo quieren hablar con tus versos dibujados en la lengua”,
explicaba el director, y fue ahí cuando me di cuenta
que él también estaba loco.
La “Asociación Nacional de Hombres Esposados”
también me ha dado la queja.
“Nuestras mujeres solo se excitan
con tus versos poeta, y eso no lo podemos tolerar”,
decía el comunicado en tono amenazante.
“Por eso queremos que ya no escribas más”.
¡¿Pero es que se han vuelto locos estos junkies de mis versos?!
Por ellos he dejado la ciudad
y a todos lo que la habitan,
y me he ido al monte
a vivir de la tierra y de mi pluma bendita,
aunque de vez en cuando muy alto en los cielos,
sigo viendo aviones arrastrando pancartas con mis versos en ellos.
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