Friday, April 29, 2016

la casa de abuela

La casa de abuela está vacía.
Sus habitaciones están vacías,
su comedor está vacío,
su sala está vacía.

Los gallos que antes quiquiriqueaban todo el día tampoco están.
Se han desaparecido junto a las jicoteas que hasta hace poco reinaban sobre los asuntos del patio. ...

Estoy aquí por última vez,
entregándole las llaves al ingeniero que la compró.
“Pronto…”, dice,
(y un silencio se entreteje en la oración),
“iniciaremos la demolición”.

Pero esto ya lo sabía la casa de abuela;
y yo, por supuesto, también.
Pero estoy aquí por última vez,
y la casa de abuela lo sabe.

Mientras camino despacio por sus largos pasillos la siento respirar,
la siento jadear un millón de recuerdos que se dibujaron en sus espacios,
y me veo correteando de niño, extático,
acogido por el techo que a tantos refugió.

Ambos sabemos que jamás nos volveremos a ver,
y que pronto ella regresará a la tierra de donde provino.

Pero la casa de abuela está tranquila.

Puedo sentir la paz saturar sus superficies.
Puedo sentir cuarenta años de drama humano sumergiéndose hacia su fondo,
o quizás hacia mi fondo,
donde permanecerá por siempre.

¿Y saben ustedes por qué la casa de abuela se prepara para morir en paz?

Porque ella sabe que mientras la recordemos…

Ella no morirá.

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